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Ése es mi cociente intelectual. O, al menos, el que me da una prueba que hice en Internet.

Inicialmente el cociente intelectual, tal como lo ideó Alfred Binet en 1905, se aplicaba a niños y adolescentes, midiendo con un examen la edad mental y dividiéndola por la edad cronológica del sujeto estudiado.

Actualmente, sin embargo, el cálculo del cociente intelectual responde más bien a parámetros estadísticos. Decir que el cociente intelectual tiene un determinado valor no significa nada: también se debe aclarar en qué escala se ha medido.

En la prueba que hice la medida fue de 130 sobre una desviación estándar de 15. Esto quiere decir que mis capacidades están por encima del 98% de la población (jugando con los decimales a mi favor). Esto me deja a las puertas de poder entrar en la asociación Mensa, que sólo admite a personas entre el 2% más alto en las pruebas de coeficiente intelectual, y cuyos objetivos es promover la inteligencia, fomentar las relaciones entre sus socios, e impulsar las investigaciones sobre el tema.

¿Asegura un cociente intelectual alto el éxito y la felicidad? En absoluto. Frivolizando enormemente, sólo mide la capacidad de saber qué cuadrados hay que rellenar en una prueba teórica. Hay muchos otros talentos que son necesarios para la vida: la constancia, la capacidad de relación, la creatividad o la iniciativa, entre otras cualidades, no se ven reflejadas en las pruebas.

Como curiosidad: dado que el coeficiente depende de una estadística sobre la población, y ésta tiende a ser más inteligente con el tiempo (siendo optimistas), se produce el fenómeno de que el cociente intelectual de una persona baja con el tiempo. Así que a entrenar esos cerebros antes de que sea demasiado tarde y bajemos más posiciones.